Logo EntreLibros
#21 | SEPTIEMBRE 2021 | Sumario

El infierno, un nombre de la extimidad o Lynch con Dante

Elsa Maluenda
Secretaria de Biblioteca 2015-2017

Los conflictos políticos que dividían a Italia en 1302, en los que Dante Alighieri tomara posición, determinaron que su destino fuera el exilio. Nunca regresó a Florencia, su ciudad natal, y dedicó esos años de errancia a componer su Commedia. Obra a cuyo título se le agregó el adjetivo Divina con el que atravesó siete siglos, sobreviviendo a lecturas, interpretaciones e innumerables traducciones. La Divina comedia es uno de esos libros de los que nadie duda que permanecerán por siempre en el panteón de los clásicos de la literatura.

Este año con motivo de cumplirse 700 años de la muerte de Dante se publicaron varias traducciones, que intentan actualizar para el lector contemporáneo el singular recorrido que el autor propone. A las dificultades que encuentra cualquier traductor entre sonido y sentido, se suma que este poema debe su musicalidad especial a un invento de Dante al que llamó terceto encadenado, por el cual en cada estrofa riman el primer y tercer verso y el segundo verso rima con el primero y tercero de la estrofa siguiente, recurso utilizado en los 100 cantos que componen la obra.

Por otra parte, hay que destacar que Dante escribió la Comedia en el italiano que se hablaba en la Toscana en el siglo XIV, porque decidió dejar de lado el latín para dirigirse al pueblo, y además en muchas ocasiones hizo uso de neologismos para expresar aquello para lo cual el lenguaje conocido no le resultaba suficiente.

Según Ítalo Calvino un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir, un clásico por lo tanto es un libro que nos interpela, que nos interroga, que quizás nos aporte alguna respuesta, pero sobre todo que nos permite leer nuestro tiempo, no como simple repetición de lo mismo sino como la actualización de estructuras que permanecen con independencia del contexto.

Más allá de las argumentaciones teológicas, religiosas o filosóficas, más allá de las creencias, más allá de la fe, del miedo al castigo o de la esperanza en la vida eterna ¿qué significan en el siglo XXI el infierno, el purgatorio y el paraíso? Es evidente que se hace imposible una respuesta abarcadora, universal, pero sin duda nadie ignora la existencia de estos tres escenarios, de estos tres sitios donde tendría lugar una vida después de la muerte, que persisten en el imaginario contemporáneo, se crea o no en ellos. Este imaginario ha sido alimentado por las ilustraciones de artistas como Botticelli, Doré y William Blake, y por los argentinos Carlos Alonso y Miguel Rep, entre otros. La Divina comedia y Don Quijote de la Mancha, son las obras que cuentan con más cantidad de ediciones ilustradas, una prueba más de su alcance e influencia a través de los siglos.

En nuestro país, en la Ciudad de Buenos Aires un edificio, el Palacio Barolo, fue construido en base a la métrica de La Divina comedia, respetando todas las claves numéricas que presenta el poema.

Pero me interesa destacar una obra que, como tantas otras, es deudora y abreva en la Comedia. Me refiero a la serie de televisión Twin Peaks, creada por David Lynch y Mark Frost a principios de los años 90, y a la película Fuego camina conmigo.

El protagonista, el agente del FBI, Dale Cooper es un moderno Virgilio que guía a los espectadores y a las autoridades del pueblo a través de un mundo oscuro, tanto como esa selva oscura del primer canto de la comedia, hacia las profundidades del infierno, un infierno que reside en: ¿El pensamiento? ¿La fantasía? ¿Los sueños? ¿En el bosque de sicomoros? ¿Un infierno al que se accede desde la habitación con cortinados rojos? ¿Un infierno interior, pulsional, éxtimo?

Laura Palmer, la joven asesinada, es la Beatrice a la que Cooper irá a buscar más allá de los límites de este mundo, encontrando en su travesía diversas encarnaciones del mal. Si Lucifer en el universo dantesco reside en el centro de la tierra, en el noveno circulo junto con los traidores, en la serie el mal se multiplica y las traiciones y crímenes proliferan. Como en casi toda la filmografía de Lynch lo siniestro acecha, forma parte de la vida cotidiana de cada uno de los personajes de Twin Peaks, que residen en su propio círculo infernal, por pusilánimes, lujuriosos, golosos, avaros, iracundos, perezosos, o violentos. Lynch, como ningún otro director de cine se ocupó de develar lo que se oculta bajo las máscaras del bien y la belleza y, cuando se mira en el espejo de Dante, muestra que el infierno está tan cerca, tan a la vuelta de la esquina, que no hay que descender al centro de la tierra para encontrarlo. Basta con mirarse al espejo, como el padre de Laura Palmer para descubrir eso otro que nos habita. Si para Sartre el infierno son los otros para Freud el infierno somos nosotros: "…el ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo".[1]

La lucha entre el bien y el mal no es asunto de superhéroes y villanos, ni de dioses y demonios, es un combate que cada quien debe librar contra sus más íntimas inclinaciones que lo empujan a lo peor. El psicoanálisis y el arte son dos vías posibles para atenuar sus efectos devastadores.

Dante Alighieri, desde su exilio, su infierno personal, construyó un poema trágico y lírico, donde retrató a la sociedad de su época, con sus luchas y pecados, sus vanidades y pasiones, que, con otros ropajes, perviven en el presente que nos toca vivir y por eso nos sigue interpelando.

NOTAS

  1. Freud, S., "El malestar en la cultura" (1930), Obras completas, Vol. N° XXI, Amorrortu, Bs. As., 1988, p. 108.