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#21 | SEPTIEMBRE 2021 | Sumario

La mesita de luz

En esta oportunidad entrevistamos a Claudia Lázaro, Greta Stecher y José Luis Tuñón, quienes respondieron acerca de sus experiencias de lectura y los libros que están recorriendo actualmente.

  1. ¿Cuál fue tu primer contacto con una biblioteca?
  2. ¿Qué personaje de la literatura te marcó o generó algún sentimiento en particular (de amor, odio, admiración, etcétera)?
  3. ¿Qué estás leyendo actualmente?
  4. ¿Qué libro te dejó una marca memorable?

Claudia Lázaro

1. En mi casa había una biblioteca, claro. Pero no vengo de una familia de intelectuales, así que allí había alguna enciclopedia para que completáramos las tareas escolares mi hermana y yo, y algunos libros más - recuerdo por ejemplo "El último mohicano"- cuya lectura yo atribuía a mi padre. También había diccionarios, uno con páginas ilustradas. Una de ellas, la de "coleópteros" me asustaba sobremanera y salía corriendo cada vez que abría el libro ya que, al ser más gruesa, se abría precisamente allí. Tal vez tenía cierta afinidad con abrirla, ya que la evoco con claridad!
Fui ampliando el mundo de los libros en la escuela. Creo que inicialmente me interesó más la escritura que la lectura, aunque una no vaya sin la otra.

2. En la pubertad mis padres me compraron los libros de Louisa May Alcott de mi generación: Mujercitas, Hombrecitos, Los muchachos de Jo...
Este último me gustaba particularmente por el semblante femenino que proponía su protagonista: una chica rodeada de varones, interesada en aventuras, peleas... una muchacha de acción, pero a la que no le era ajeno el amor. Creo que combinaba un cierto rechazo de los semblantes más comunes, más típicos, con un deseo de tener trato con chicos y conocer su mundo y su psicología, si puedo decirlo así...

3. Actualmente estoy leyendo "Las primas" de Aurora Venturini, esa escritora argentina irreverente y genial que se hizo célebre entre nosotros luego de ganar el premio de Nueva Novela de Página 12 a sus 85 años. Invertí el orden de dos de sus libros que van juntos: "Las primas" y "Las amigas", cuya protagonista es la pintora Yuna. Es una autora cruda, irónica que pinta un mundo familiar sórdido, pero a la vez sólido, en fin, una familia que hace aguas por todos lados, pero familia al fin. Uno dispensa a su propia familia después de conocer la de Yuna, que parece que tiene algo autobiográfico acerca de Aurora Venturini. Hace poco leí un libro muy distinto, mucho más poético y muy bello: "El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes" de Tatiana Tibuleac. Al modo de la Eurídice dos veces perdida, un muchacho con problemas mentales recobra la relación con su madre, cuando la vuelve a perder. Escrito como al pasar, no pesa, más bien flota. La novia de mi hijo -que es una lectora voraz- me pasa datos para buenos libros.
Luego tengo un libro inacabado en mi mesita de luz, un libro español que me gustó y no sé por qué no termino: "El corazón helado" de Almudena Grandes, linda novela que tengo que retomar.
A menudo me duermo leyendo psicoanálisis. Anoche, leí algunas páginas de la autobiografía de Freud, buscando una referencia que aún no encontré.

4. Soy de aquellos que presto y pierdo libros con frecuencia. Hay uno que leí y que quisiera volver a encontrar porque me sorprendió: "Nubosidad variable", de Carmen Martin Gaite. Se trataba de una relación de amigas que se habían distanciado y una vuelve sobre ese punto, esa época en la que se separaron. Me impresionó la lectura del momento, desde dos ópticas distintas, alejadas por el tiempo y la pasión. Pasar por el mismo lugar dos veces, y entonces, ya no es el mismo lugar. La autora lo refleja de un modo que me impactó. Si lo encuentro y lo vuelvo a leer, es posible que no aparezca aquello que me quedó grabado.

Greta Stecher

1. Mi primera habitación infantil se emplazó en el cuarto de la biblioteca de mis padres, el pequeño moisés estaba rodeado de libros. Cuatro de las tres paredes, de piso a techo, con sus estantes atestados. Y un escritorio empotrado ad hoc, con su lucecita de lectura, siempre encendida. Un contacto a todas luces cercano, hay que decirlo.

2. Antes de comenzar el colegio secundario en casa, con mis hermanos, ya habíamos leído prácticamente todos los clásicos, los acordes a la edad y algunos de los otros también.

Una anécdota es con El medio pelo de la Sociedad Argentina de Arturo Jauretche. Tuve que leerlo en bambalinas, justamente porque me habían dicho que "aún era muy chica para entenderlo". No se equivocaron, claro, pero lógicamente esa lectura no fue sin marcas. "Apaguen la luz y duerman, dejen de leer" era el saludo final de las noches, en la familia de origen.

Creo que un poco más grande, no sin dificultad, y con varias interrupciones y reinicios leí La Ilíada y La Odisea, y es cierto que no los he concluido nunca. Lo mismo pasó con el Quijote. Pero volvía a ellos, por partes, una y otra vez. Y a veces vuelvo, fragmentadamente.

Recuerdo que me resultaba imposible el modo Homérico que describía profusamente las escenas y se extraviaba de las subjetividades. Palas Atenea, Palas Pendorcha, luego simplemente Palas, entonces ya no sabías de quién estaba hablando. Ese uso desordenado de la temporalidad me resultaba desesperante, quería entender.

Luego, el encuentro con español antiguo de Miguel de Cervantes. Quería atesorar cada palabra extraña, ya en desuso, para que no se perdiera e intentaba introducirlas forzadamente en la vida real.

Recuerdo la fascinante identificación al personaje heroico. Claramente de distinta estofa: Ulises y el Quijote, encarnaban para mí el ideal de lucha, de justicia, de amor por una mujer. Es probable que falsee los hechos, indudablemente. Hacemos nuestra propia novela acerca de lo que leemos.

3. La construcción de un fantasma, una novela de Leda Díaz, argentina, vecina, amiga de una amiga quien me la obsequió por mi cumpleaños. Tiene todo para ser autobiográfica o al menos coquetea con ello. A pesar de su título no es un libro de nuestra parroquia, pero en la enunciación se avizora que la autora está atravesada por un análisis.

4. Alicia en el país de las maravillas y Alicia en el país del espejo, de Lewis Carroll. Para mí se leen en tándem. Aún me las veo con la caída infinita de Alicia por el agujero de conejo. Se los he dicho todo.

José Luis Tuñón

1. En mi casa había una pequeña biblioteca que tenía un poco de todo: una enciclopedia, unos libros de historia de España y algunos otros como, por ejemplo, uno de tapas de tela y letras doradas, en cuyas páginas de finísimo papel, había grabados de todos los peces que habitaban el litoral atlántico. Un mundo que despertaba mi ávida curiosidad y que empezaba justo ahí, en el borde de la Ría por donde yo paseaba.

Pero lo que hizo las veces de una biblioteca fue la librería de los Kirchner adónde iba con mi padre los sábados al mediodía. Volvíamos cargados de revistas; historietas claro, pero también de las otras, como Life, Primera Plana o Tía Vicenta, además de los diarios, que llegaban todos juntos cuando venía el barco. Y con ellos los "suplementos" que, para el desarrollismo frondizista de entonces, proyectaron "al interior" la modernización del mundo.

Aquella pasión por las revistas culturales me acompañó y me acompaña hoy, cuando las redes sociales podrían verse como la expansión triunfal de aquel formato.

2. Recuerdo el impacto que me causó, en su momento, el Demian de Hermann Hesse, y en el mismo sentido podría incluir Adán Buenos Aires de Marechal. Una realidad cotidiana que se volvía misteriosa gracias a personajes extraños que se encontraban en una especie de realidad paralela. En esa línea tendría que anotar El Entenado de Saer y La Ocasión del mismo autor. Y también el relato de Georges Musters quién, a fines del siglo XIX, cruzó, con los Tehuelches, toda la Patagonia. Me doy cuenta, al escribirlo, que lo que está en juego es un mundo a la vez familiar y ajeno, lo próximo y lo distante.

3. Leo varias cosas al mismo tiempo a pesar de la advertencia sobre abarcar mucho y apretar menos…, pero me gusta encontrar los cruces impensados. Por ejemplo, estoy leyendo Dos de Roberto Espósito, un libro sobre la imposibilidad de salir de la matriz de la teología política, en donde encuentro que resuena la pregunta de Lacan en su última enseñanza "¿Hay dos? (deux / d'eux)". También estoy leyendo cuentos de Rodolfo Fogwill, El Loro de Flaubert, de Barnes, y con más dedicación el seminario XX y el XXI.

4. Hay varios, pero ahora me acuerdo de Historia de La Sexualidad de Foucault, leído cuando recién me recibía y buscaba una salida a la medicina por el lado del psicoanálisis. En ese libro algo me decía "es por acá". Más tarde, ya con Lacan, supe que fue el paradigma estructuralista lo que se me reveló entonces. Y que con la idea de discurso era posible sortear algunas encrucijadas, como la que había entre ciencia y humanidades, vieja polémica que me ocupaba por entonces.